sábado, 20 de mayo de 2017

Alergias, una advertencia emocional

El abordaje de la enfermedad en la Terapia Floral puede hacerse desde diferentes enfoques. Partiendo del “tratar a la persona, no a la enfermedad” (Dr. Bach), que supone considerar cada caso como único, la prescripción floral ha de ser siempre una fórmula personalizada, que contiene en esencia los padeceres emocionales y el cómo vive la persona sus afecciones físicas.
No obstante, el Dr. Bach nos dejó también en su legado la consideración de que “no hay nada accidental con respecto a la enfermedad, ni su tipo, ni la zona del cuerpo donde se manifiesta”, lo que nos conecta con una lectura simbólica de la misma. Ello abre el camino a la escucha floral de lo que manifiesta, en el ámbito de lo corporal, una persona en su momento del proceso.

La enfermedad nos trae, entonces, un mensaje que no estamos escuchando por otras vías, cuya lectura simbólica puede darnos algunas “pistas”, si bien la interpretación de los síntomas ha de ser siempre personalizada. Como dijo el Dr. Bach, “la enfermedad es, en esencia, el resultado de un conflicto entre el Alma y la Mente, y no se erradicará más que con un esfuerzo espiritual y mental (…). La enfermedad, en apariencia tan cruel, es en sí beneficiosa y existe por nuestro bien, y, si se interpreta correctamente, nos guiará para corregir nuestros defectos esenciales (…). El sufrimiento es un correctivo para destacar una lección que de otro modo nos habría pasado desapercibida y que no puede erradicarse hasta que no se aprende la lección”.

El abordaje en la consulta floral de esa interpretación pasa, expresando la anterior cita del Dr. Bach en lenguaje junguiano, por entender los síntomas físicos como la manifestación de nuestra Sombra, esto es, afectos no vividos en su plenitud o rasgos de carácter desterrados de nuestra conciencia. El camino a transitar (o a acompañar) pasa entonces por hacernos conscientes de la intensidad de nuestras emociones y de apropiarnos de esos aspectos rechazados de nuestra personalidad. En palabras del Dr. Grecco ”los afectos que no se manifiestan no desaparecen sino que vuelven bajo la forma de síntomas. El síntoma está en el lugar de un afecto que no se expresa, es el monumento conmemorativo de la supresión de una emoción, de tal manera que al permitir que ésta aflore, se quita la razón de la existencia del síntoma”.

Si aceptamos la oportunidad de aprendizaje que nos trae la enfermedad, ¿qué mensaje nos traen las alergias? y, ¿cómo podemos abordar la interpretación de su simbolismo en lenguaje floral?. Entiendo que podemos hacerlo desde ‐al menos‐ dos vías, diferentes si bien altamente conectadas: (1º) La interpretación simbólica de la enfermedad y del órgano en que cursa (Dr. Dahlke) con su traducción al lenguaje floral, y; (2º) La lectura floral de signos y síntomas a través de los Patrones Transpersonales (Dr. Orozco).

Simbología de las alergias

Las alergias son una de las enfermedades que más han aumentado en las últimas décadas. Su simbología, según del Dr. R. Dahlke, está relacionada con la no aceptación (con represión) del instinto de agresión, inherente al ser humano. Instinto de agresión entendido en el sentido amplio que utiliza, p. ej. la Bioenergética, como fuerza vital de avance, que puede canalizarse positiva o negativamente, tanto para la persona como para su entorno. La violencia es entonces una manifestación dañina de este principio de agresión, es una agresión destructiva y constituye un mal funcionamiento de este instinto.

La palabra agresión procede del latín aggredi, que significa abordar, atacar, la cual, inicialmente tenía un significado neutro. En nuestro uso moderno de la lengua este concepto tiene una acepción exclusivamente negativa. Dice el Dr. Dahlke que “la agresión se equipara automáticamente a la violencia, pero cuanto más intentamo evitarla más intenso es el dolor con el que irrumpe en nuestra vida. La fuerza vital y dinámica de la agresión se implanta entonces en un plano no resuelto de violencia interior y nos hace enfermar (…). Realmente no queremos saber nada de la agresión, no queremos tener nada que ver con ella y deseamos poder desprendernos de su influencia, sin embargo, de esta manera no tenemos ni la más mínima oportunidad de asumirla ni de resolverla (…). Sin embargo, desde el punto de vista de filosofía espiritual, la agresión es la energía de todos los inicios y corresponde al principio de Marte, con el que comienza cualquier vida. Desde esta perspectiva, el intento de expulsar la agresión del mundo carece de todo sentido. Si se consiguiera significaría abolir el mundo. Así, p. ej. el inicio del ciclo vital en la naturaleza sucede naturalmente a partir de la energía agresiva de la primavera. Las savias ascienden, los árboles brotan, y nadie ve nada malo en todo ello”.

Las alergias, entonces, parecen expresar erradamente a nivel corporal este principio de agresión, porque, ¿qué lleva a las defensas del organismo a entablar una guerra con sustancias que –salvo algunas sustancias químicas‐ son generalmente inofensivas, e incluso, saludables como el polen?. Una hipótesis es que el organismo no combate a los alérgenos, sino a los símbolos que representan, por eso carece de importancia el número de los alérgenos con los que entra en contacto la persona afectada, pues la reacción es siempre violenta y extrema. Si alguien se lanza de inmediato contra un símbolo, en sí inofensivo, con toda la fuerza de lucha de su arsenal de armas, puede sospecharse que “vaya armado hasta los dientes” y que arrastre un problema de agresión no consciente.

A diferencia de los agentes patógenos que intervienen en los procesos infecciosos, en el caso de los alérgenos, el ataque no es real: los granos de polen no maquinan nada contras las personas y tampoco quieren colonizar el organismo como en el caso de los hongos, bacterias o virus. A nivel celular el componente agresivo es todavía más claro. Los anticuerpos se lanzan en masa sobre los alérgenos. Este hecho demuestra que la agresión parte de la propia persona y no proviene del exterior, ya que los alérgenos no hacen nada por sí mismos, ni siquiera penetran sino que son aspirados de forma pasiva o llegan hasta la piel sin ninguna intervención.

Las medidas defensivas en el caso de las alergias se plantean más hacia la prevención que a la lucha abierta. Lo que aparecen en primer plano son las resistencias, la delimitación y la creación de barricadas. Todo se hincha: las aberturas corporales, incluso los poros de la piel. En la reacción aguda, el alérgico se blinda. Las alergias se manifiestan sobre todo en las superficies fronterizas. En los ámbitos intestinal y pulmonar, la afección también tiene lugar en las superficies fronterizas puesto que las mucosas de estos órganos actúan exactamente como unas fronteras frente al exterior.

En el caso de síntomas cutáneos, como puede ser la urticaria, se produce una inflamación, enrojecimiento y calor. También puede haber picor. Cuando algo nos pica, nos irrita, y da igual que se trate de una pústula en la piel, de un tema en la conciencia o de una persona.

En el caso de las personas alérgicas por la fiebre de heno o de los asmáticos, se añaden como manifestaciones agresivas la tos, los estornudos y los jadeos. Si se contempla el desarrollo fisiológico de la tos, se ve que se genera una enorme presión que después se descarga al exterior en forma de explosión, el estornudo, en el que “las gotitas abandonan la nariz a una velocidad de unos ciento cincuenta kilómetros por hora”. Quien tiene la nariz o los bronquios atascados con secreciones, se parece a quien –rojo de rabia‐ se está impidiendo expresar su enfado. Mejor sería, probablemente, manifestarse a tiempo a nivel verbal.
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